Crónicas de Misión Omnes Gentes Project
Archipiélago de Las Perlas, Panamá 2022
Por Amalia Milberg
Lunes 5 de Septiembre
Llegué a esta misión, por gracia de Dios y, más concretamente, porque el padre Federico Highton invitó a mi hijo Felipe que es su ahijado de Confirmación. La llegada no fue fácil, perdimos el vuelo, pasamos una noche en el aeropuerto pero finalmente logramos volar. Felipe, con sus doce años, tuvo una excelente actitud y me acompañó lo más bien durante todas las vicisitudes en el aeropuerto.
Una vez en Panamá fuimos beneficiarios de una cadena de favores, caridad y buenos tratos. Yuya, Lilia, Cristela y Gustavo nos ayudaron en todo: nos buscaron al aeropuerto, nos pasearon por Paraná, nos llevaron de compras, nos invitaron a comer, nos abrieron su casa y nos llevaron al ferry para llegar a la isla de Saboga nuestro destino misionero.
Llegamos a Saboga un día más tarde, lo primero que hicimos fue dejar nuestras cosas e ir a la capilla para encontrarnos con el resto de los misioneros. ¡Que alegría ver todas esas caras cuando nos acercamos a la capilla! Enseguida nos pusieron en tema de todo: Hay parejas que se van a casar, niños que tomarán la primera Comunión, Confesiones y Bautismos programados. ¡La misión ya está en marcha!
Hoy me tocó ocuparme del grupo de niños de primera comunión. Todos son morenitos pelo mota (que las hay suavecitas y duritas; ¡todas encantadoras!) Los chicos son bastante indisciplinados, bailarines y cantores. Casi todos saben rezar un poco, quisieron rezar el rosario completo con cánticos entre misterio y misterio (¡la mejor misionera, por lejos, es la Virgen!).
El padre Federico, por su parte, se fue con los varones (Felipe y José Solanet, un primo) a otra isla. Todos, excepto Michelle (una señora muy triste por la cual pedimos oraciones) se van a confesar, una pareja se va a casar ¡y las quieren todas! El casamiento será en la playa a la noche, (vamos a conseguir reflectores porque ahí no da la luz de la luna), ella ya tiene el vestido (las mujeres nunca pierden la ilusión ¡y se ve que ella estaba esperando la ocasión!) El novio pidió saco y corbata, ¡tenemos que traerlo del continente! Así que el sábado habrá casamiento y fiesta. Irán todos los habitantes de la isla y misioneros. ¡Farra en el cielo y en las islas!
Mañana arrancaremos con "el rosario del alba" en la playa.
Ya les contaré más.
Martes 6 de Septiembre
Hoy comenzamos el segundo día de misión. Arrancamos antes del amanecer -a las 4.30- los jóvenes siguieron con corazón agradecido el consejo de sus mamás de seguir durmiendo .
El punto de partida fue la capilla que todos los misioneros consideran una joya, una reliquia. Creo que se están dejando llevar por un exceso de entusiasmo; yo no la veo así; pero lo que sí tiene es el encanto de estar en la cima de la montaña respaldada por un mar que arrulla las penas y plegarias de su pueblo.
Así, entonces, empiezan las misiones con el padre Federico Highton: de ĺa mano de nuestra Madre Santísima. Llegados a la iglesia, punto de encuentro para "el rosario del alba", nos esperaba Mari una de las señoras que se casará en estos días, mujer bonita, flaca e inusualmente recatada. Recorrimos el pueblo rezando. Mucho perro, mucha basura y algún lugareño fumando hierbas. Me costó no tener el consuelo de la belleza pero, gracias a Dios, terminamos el rosario en una playa paradisíaca. Al llegar había una bandada de pájaros que para mí no eran más que pájaros, pero Mari enseguida dijo "hay peces en la orilla" y ahí no más vi uno bajar en picada para sacar su pescado. El que sabe, sabe, y el que no ¡que calle!
La misa estaba planeada para las 7, pero el tiempo; el tiempo se rige de otra manera por acá. Habremos empezado dos horas más tarde. La maestra de la escuela quiso traer a todos los niños a la misa. Salieron pues de su escuela y se presentaron en la iglesia impecablemente vestidos con sus camisas blancas impolutas y todas las niñas graciosamente peinadas. Las que habían estado conmigo ayer me dieron un lindo abrazo. ¡Que felicidad produce ese cariño gratuito dado por los niños!
Mari nos agasajó con un desayuno difícil de digerir, chocolate caliente con avena, bebida más acorde para los alpes suizos que para este clima tropical, y unos sándwiches de atún muy buenos.
Luego nos dividimos de dos en dos y partimos a recorrer casas. Kiria y yo fuimos guiados por Dali, una chiquita cuya abuela nos pidió que cuidemos. Dali no camina, baila, y es bastante pícara. Así que, guiadas por esta flaquita de tranquito bailarín fuimos con Kiria de casa en casa. ¡Que alivio tener una guía! Dali sabía perfectamente donde ir, donde ya no vive nadie o donde salieron todos a trabajar. Por suerte Kiria es tan rebelde como yo a los mapas y a los apuntes misioneros. Charlamos, nos recibieron muy bien en todos lados, dejamos estampitas e invitamos a todos a venir hoy a las cinco a rezar el rosario. Nuestro objetivo es que Saboga se vuelva una isla devota del santo rosario. Queremos que todas estas almas se abracen a María con las cuentas del precioso rosario. Oración simple, fácil y poderosa. Maria transformará estos corazones maravillosos ávidos de amor, sedientos de bien y de eternidad.
¡Viva Cristo Rey, viva la misión!
¿Y Felipe?
Muchos amigos de Argentina me preguntan por Felipe. Felipe flamea tras la sotana del cura viviendo máximas aventuras. Después de la misa en Saboga (nuestra isla) parten a otras islas.
Antes de ayer recayeron en una pequeña isla donde recogieron a brazos llenos los frutos dejados por misioneros que pasaron por ahí hará cosa de veinte años atrás. Todos quisieron confesiones y surgió un matrimonio, asunto de lo más infrecuente en estas tierras.
Ayer, les llevó una hora conseguir lancha porque acá la economía circula por carriles más pesados y ese tipo de trabajos no interesan. Pero, finalmente, Tito accedió a hacer el trabajo que consistía en llevarlos a cualquier isla; y resultó que los dejó en la topísima isla Contadora, donde vacacionan personajes híper ricos como el sha de Irán. Bueno, desembarcaron allí Felipe, con su boina vieja, el cura con su sotana desgastada, José, Steve, las chicas y Leonor, la mamá del padre.
Su primera tarea era ir a la iglesia a Bautizar a un bebé que nunca apareció -no todo son éxitos espirituales acá. Al lado de la iglesita está la escuelita donde van los hijos de los empleados que trabajan en Contadora. La llegada fue difícil, mucha frialdad, mucho snobismo entre los mismos trabajadores. Según Felipe fueron unos 20 minutos de frialdad y, según el padre, 40'. Está claro quién lo pasó peor. Fue recién cuando un trabajador escupió la frase "esto es una cárcel" que el padre pudo clavar el cincel en los corazones para empezar a predicar.
Acá las prédicas del padre son sencillas y al grano, sin rodeos, sin eufemismos; el tiempo apremia y es necesario señalar el camino y mostrar la verdad rápidamente para que puedan alcanzar la plenitud de la vida cuando Dios (y ellos) quieran.
En poco rato los pobladores -que van en carrito de golf a buscar a sus hijos a la escuela- contaron que sufren el problema del alcoholismo y, ante la pregunta del padre acerca de cómo podría ayudar la Iglesia, dijeron "enviando un catequista". Así que entre todos decidieron que el viernes habría una misa seguida de una sopa de conejo (esto es comida a la canasta) y que ahí verían quién será el catequista de la isla. Veremos qué pasa el viernes; puede que no aparezca nadie; puede que nos intoxiquemos con la sopa de conejo; puede que sea un éxito. Dios dirá y nosotros, si podemos, les contaremos.
Eso no fue todo para Felipe, les prestaron un carrito de golf para recorrer la isla y Felipe, que nunca había manejado un carrito, hizo de chófer. En el camino se cruzaron con un señor ávido de entrar en diálogo, así que, ahí no más pararon el carrito. Para hacerla corta, conocieron gente y sacaron de la galera un oxímoron: un judío va a donar las tierras donde están informalmente implantadas la iglesia y su escuelita. Llegada la hora del descanso procedieron a devolver el carrito. Felipe casi atropella a una gorda, pero eso es un detalle menor, lo importante es que la invitaron a la misa ¡y quedó muy contenta la doña con el plan!
El descanso se hace respetar, así que el padre llevó a los chicos a la playa, les consiguió unas patas de rana y equipo de snorkel, revoleó la sotana y todos al agua entre corales y arrecifes.
Pero, como todo termina, ese día en Contadora terminó también. Y desde el cielo se podía ver un helicóptero, una avioneta y la barquilla de Tito con sus misioneros partiendo de Contadora cada uno a su propio destinos.
Miércoles 7 de Septiembre
Hoy es un día más duro para todos y para Felipe seguro que también. En la recorrida por las casas donde vamos de dos en dos como indica el Evangelio, nos hemos encontrado con mucha dureza.
El día de hoy comenzó como todos. Amanecimos a las 4.30 y tomamos el desayuno en la terraza con Vale, los chicos, el padre y Leonor, la mamá del padre. Pancitos, café, frutas y galletitas van llegando a la mesa gracias a la caridad de un grupo increíble de mujeres panameñas que han hecho posible esta misión. Que Dios las bendiga.
Terminado el desayuno, cual niños que toman de la mano a su madre para cruzar la calle, agarramos nuestros rosarios para pedir fuerza a nuestra Madre (porque esto no es posible sin ella). Como nos dijo hoy el padre: la misión es para la conversión de los pecadores y la oración es uno de los medios necesarios para lograr tal objetivo.
Nos esperaban en la iglesia Mari, la directora de la escuela y doña Olinda que estaba enojada por nuestra demora. Nos disculpamos y ahí no más empezamos la caminata rezada por las calles de la isla. Nuevamente la basura, los perros, la fealdad y ¡finalmente! el mar con sus encantos, caracoles y belleza.
Hay en la playa un barquito que se llama "cuéntame cosas", ese barquito es una flecha directa a mis hijos que tantas veces me piden que les cuente cosas. Es un pedido lindo, cariñoso y difícil para mí. Buscan sacarme de mi silencio habitual, quieren mi historia, quieren escuchar hablar de sus abuelos, quieren que los lleve a esos mundos a los cuales nunca podrán llegar. Papá, tan divertido y ameno, solía contarnos cosas y así nos iba regalando abuelos y bisabuelos que nunca hubiésemos conocido. ¡Gracias papá por contarnos tantas cosas! Y te pido que me alcances la gracia de contarle cosas a mis queridos hijos.
Terminamos el rosario en la capilla y, en medio de los preparativos para la santa misa Felipe descubrió una custodia. ¡Todo un hallazgo! Allí mismo el padre decidió que se haría una procesión de Corpus Christi por las calles de Saboga. ¡Dios lo quiere!
Terminada la misa Mari nos esperaba en su casa con un desayuno porque Mari nos quiere y nos cuida. Nos contó más de la isla y los isleños. El 2020 empeoró mucho las cosas. Ella casi no sale de su casa, vive asustada. Tan sólo una vez por semana se va a vender unas cositas. Ella se ocupó de sacar a su hijo de acá para que no se perdiera.
Allí no más partimos de dos en dos por las casas. El calor era agobiante. El padre con los chicos, Valeria conmigo. Vale y yo tenemos temperamentos antitéticos y hacemos buena dupla. La recorrida fue dura, se recogieron algunos frutos, pero vimos muchos corazones esclavizados por una vida de pecado. Muy triste. Me acuerdo mucho de mamá, me brotan por momentos sus gestos, sus palabras; la llevo en mi sangre.
Nos cruzamos con el padre, que tiene varios km a cuestas de misión, y nos dijo que nunca se había encontrado con un pueblo tan duro. ¡Imagínense!
Yo terminé agotada. Me fui al hotel, un baño, unas frutas, un chocolate y una buena siesta fueron suficientes para reponer fuerzas y volver a la tarde a la capilla, que es nuestro centro misionero.
El padre me mandó a buscar "al viejo" (todos lo llaman así) para la imposición del Escapulario, pues no había llegado. El viejo es un ciego que se ocupaba del cuidado de la iglesia. Conoce bellas canciones de nuestra antigua tradición hispánica. Como yo no sabía dónde vive me acompañó una señora, Marta. Allí me metí en la casucha del viejo que estaba tumbado en su cama rodeado de pobreza y mal olor. Le dije que lo necesitamos y ahí no más se levantó, le puse las crocs, le di su bastón y partimos del brazo hacia la capilla. Cuando le pregunté cómo se llamaba me dijo que Federico.
En la iglesia prédica e imposición del Escapulario. Se impusieron el Escapulario dieciséis personas, justo el número de la fecha de la fiesta del Carmen que es el 16 de julio. El padre le pidió al viejo que cante y sacó algunos cantos hispánicos buenísimos. Cantó también a San Isidro Labrador. En ese momento me pareció algo así como que mis viejos -Marta y Federico- que vivieron y trabajaron el campo toda su vida parecían unirse a esta misión a través del canto; el cielo tiene maneras curiosas de unirse a la tierra. Cuando volvimos a su casa Federico prometió que mañana me cantaría de nuevo el canto a San Isidro Labrador. Lo espero.
Hoy Vale se ocupó excelentemente bien de los niños, que eran muchísimos y bastante revoltosos. Y los niños contaron durante la catequesis que después de la bendición de los botes se llenó el mar de peces, que saltan en la orilla y que los pescadores sacan las redes llenas. Lo mismo ha sucedido en la isla Pedro Gónzalez donde está el otro grupo misionero. Un viejo de ochenta años dice que el nunca había visto esto.
Una de las primeras cosas que el padre Federico hizo al llegar a las islas fue bendecir los botes. El padre se paraba en cada bote, rezaba y pedía pesca suficiente para el sustento de la familia. Y Dios, que es bueno, lo escuchó.
Jueves 8 de Septiembre
Otra mañana habitual, rosario seguido de un desayuno preparado por Mari, la flamante novia de la isla que se comprometió por iglesia y vivirán como hermanos hasta tanto se puedan casar. El padre está moviendo cielos y tierras para que puedan tener la unión civil. Fueron hace veinte años atrás a casarse al continente pero no estaba el juez. El padre quiere que tengan la unión civil porque les da ciertas protecciones humanas, como la jubilación. Mari es linda, fina y alegre. Cuando le agradecí el desayuno me dijo, "para mí es un honor señora Amalia, cuando yo muera quiero que suenen las trompetas, canten los ángeles y que en el libro de la vida se vea que recé unas oracioncitas y que hice el bien y me digan pase, pase doña Mari que acá está lista fiesta".
Terminado el desayuno, procedimos a buscar enfermos y ancianos para que el padre les de la unción. Salimos con Nadi y Elías, Felipe se quiso quedar en la iglesia con el padre. Nos cruzamos en la calle con tres hombres forzudos y les conté que hoy se recibían enfermos y ancianos y que si alguno tenía una dolencia o familiar enfermo podían ir. Uno de ellos me dijo que a le dolía todo así que le dije que vaya.
Este moreno fortachón fue a la iglesia, rezó con el padre frente a la Virgen del Carmen (los pescadores le tienen mucha devoción por aquí), recibió una bendición e hipso facto quedó sano. Felipe, doña Rosa y Aura lo vieron y, como dice el Evangelio: "pueden dar testimonio de ello y su testimonio es verdadero". El hombre salió corriendo feliz, ¡no podía creer lo que le estaba pasando!
Al cabo de las horas fueron llegando más personas enteradas del asunto buscando resolver sus cuitas, algunas no estaban para unción, pero creo que venían “por las dudas” para ligar algo también.
Al medio día almorzamos en la terraza del hotel, compartimos vivencias y el padre nos hizo buenos cuentos.
Luego del compromiso de la Mari y el Lindon partimos varios misioneros en lancha hacia Casaya donde nos esperaba todo el pueblito para hacer sus confesiones. Preparamos a tres para su primera Comunión. A mi me tocó preparar a dos hombres grandes, los dos de nombre José; es muy fácil hacerlos entender todo porque son personas sencillas y sin contaminaciones ideológicas. Las palabras de Jesús "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se la has revelado a los pequeños" (Mt. 11, 25-30) resonaban en mi interior mientras veía a esta gente escuchar y aceptar el misterio de la Eucaristia.
Conocí a los novios que se casarán el sábado, la señora me mostró su vestido, muy lindo; y cuando conocí al señor Julio, que anda por la playa con un sombrerito arreglado, entendí porque había pedido un saco para su casamiento. Nos organizamos para que armen una estructura de madera para el baldaquino que necesitamos para la ceremonia. En mi calidad de wedding planner algo tenía que hacer.
Dormimos en Casaya. Terminamos cansados y la consigna fue dormir a pata suelta!
Viernes 9 de Septiembre
Amanecimos en Casaya. Todos menos Vale y yo salieron tras alguna playa donde bañarse. Como la marea estaba demasiado baja no se pudieron bañar porque hay tantos caracoles que se lastiman los pies. Fuimos a lo de Graciela a tomar el desayuno. Nunca falta en estos lares alguna buena mujer que quiera cocinar para nosotros. Es su manera de agradecer. Ellos cocinan y sirven, no se sientan en la mesa con nosotros, pero conversan. Comimos el pescado más rico de nuestras vidas.
Subimos a la lancha para volver a Saboga, nuestra isla base, y tuvimos la dicha de cruzarnos con una ballena que ostentó su opulencia frente a nuestros ojos asombrados; vimos también pasar tiburones bajo nuestro bote. El color del agua, las islas plantadas acá y allá, la vegetación frondosa y la variedad de animales, hacen de este lugar del mundo un punto de belleza inigualable.
Acá todo se vive al máximo y, en ese tren entra también la diversión. Hay momentos de descanso en que nos sentimos especialmente felices, nos reímos a carcajadas y yo no puedo dejar de pensar que el cielo se tiene que parecer a momentos como esos.
Llegados a Saboga se desparramó la tropa; algunos misioneros se quedaron atendiendo a la gente de ahí y otros (Leonor, el padre, Felipe, José y yo) partimos a Contadora, la isla fashion del archipiélago de las Perlas.
Llegados allí teníamos que dar con la mujer que tiene las llaves de la isla a quien encontramos en el último minuto. Pero, como sobraba tiempo y el día estaba lindo, pasamos varias horas en una linda playa. El padre y Leonor se aprovechan mutuamente en momentos como esos y nosotros les dejamos esos espacios de intimidad para que madre e hijo puedan gozar. Yo me fui con Felipe y José y nos dimos el baño de mar más lindo de nuestras vidas.
Finalmente partimos a la iglesia sin llaves, las cosas se solucionarían de algún modo... El padre es un verdadero pescador de hombres. A todos invita, nadie que se cruce por su camino queda sin recibir una palabra, una bendición, un rosario, una exhortación. En la iglesia nos esperaba doña Matilde, una mujer colombiana que vive hace años en Contadora. Allí no más el padre empezó a confesar, los chicos a preparar la misa, Leonor y yo hacíamos de embajadoras conversando con las personas que llegaban. Misa y después un petit comité con los que se quedaron que resultó de lo más eficaz; quedó la catequesis organizada para los niños y surgió un nuevo alojamiento para sacerdotes y misioneros gracias a la generosidad de Matilde.
Una vez más el reloj nos jugaba una mala pasada: No podíamos volver a Saboga, era muy tarde para cruzar en lancha. Los Highton nunca se hacen problema, tienen una frase célebre: "nada escapa a la Divina Providencia".
Matilde, que es la mujer más conocida de Contadora, nos prestó unos cuartos de su pequeño hospedaje. Comimos en la galería de su casa donde nos contó su historia. Una vida llena de méritos, muy guapa y emprendedora, llegó a Panamá con una mano atrás y otra adelante. Trabajó unos años de empleada doméstica donde aprendió a cocinar gracias a una buena patrona, después puso un restaurante y ahora tiene su hospedaje. Pero no todo son éxitos en la vida de Matilde. Tiene el alma atravesada por varias heridas de desamor; pero ella no se da por vencida y, de la mano de la Virgen, sigue sembrando amor. Nosotros tuvimos casa y comida en esa isla lejana donde estábamos obligados a pasar la noche gracias a su amor. Otra vez el Evangelio nos señalaba sus citas: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se dará por añadidura" (Mt. 6, 24-34)
Sábado 10 de Septiembre
Amanecimos en Contadora con una lluvia tropical, agradecí que no se haya cumplido el pronóstico de doce días de lluvias que se pre anunciaba antes de la misión, porque acá cuando llueve caen sapos y culebras.
Nuevamente desayuno, invitación de Matilde, buscar lanchero para llegar a Saboga, era sábado día de primeras Comuniones y Bautismos. Había que llegar a tiempo. Imposible entrar todos, así que partieron primero Leonor y el padre. Felipe, un señor que había pedido permiso en su trabajo para ir al Bautismo de su hijo y yo esperamos bajo un techito a que volviese la lancha. Llegamos a Saboga empapados. Yo dudaba si volver al hotel, si darme una ducha, si cambiarme, si, si. Al llegar me encontré con dos mujeres que me pidieron que les enseñara a rezar el rosario, se acabaron las dudas.
Fueron de a poco llegando para el Bautismo. Se bautizaban grandes y pequeños. Arrancó la ceremonia en una suerte de glorieta que hay a unos ciento cincuenta metros de la iglesia. El padre me pidió que anote los nombres de los bautizandos y de sus padrinos. Conseguí la birome y me creí lista para la tarea, pero no resultó tan fácil la cosa. Tienen nombres imposibles: Yoneykis, Aschelenys, etc. algunos vienen del inglés, pero esta gente habla mal incluso el castellano. En fin, estuve 20 minutos para escribir seis nombres. Les sugerimos que se pongan también un nombre católico para tener un santo patrono, así que terminaban con un José, un María del Carmen que pude manejar con un poco más de rapidez. Había una mujer que estaba con su beba con un lindo vestido pero no tenía padrino y, cuando le dijimos que podía elegir a cualquiera o elegir un reemplazante, dijo que no, que después, que tampoco estaba estaba el papá. Me dio lástima, me pareció que estaba triste por la ausencia de ese papá; al no estar casadas tienen miedo de ser abandonadas y hubo alguna que nos confesó que la garantía de retención de su pareja eran sus hijos.
La ceremonia fue un caos, los isleños son indisciplinados, hablan todos al mismo tiempo, gritan, entran y salen.
Los cantos son importantes para la misión, les gusta cantar y muchos de ellos se copan. Las “líderes de cuerda” eran Leonor, Vale y Venus (una sabogana) todas cantan fuerte, le ponen mucho énfasis y algo de movimiento carismático muy funcional a la misión, pero cada una canta su propia música y yo tampoco pude aportar nada, ¡no en vano me sugirieron que me tome unas vacaciones del coro de Sedes! Así que todo era ruido y caos, pero el padre se maneja bien en esos ambientes, repite cien veces lo mismo si hace falta y, con la buena cabeza y formación que tiene, sabe hablarles como quien se dirige a un grupo de niños. La ceremonia se llevó adelante sin saltear ni un sólo paso del misal y eso no pasó desapercibido para doña Olinda a quien escuché decir "estos chicos están bien Bautizados, el Bautismo fue completo".
Terminada la ceremonia, vuelta al hotel para encontrarme con Julia (alias Yuya) y Lilia, una dupla increíble. Son dos panameñas viudas, con hijos grandes, y nietos. Son lo más parecido que he conocido a un hada madrina. Ellas fueron quienes nos atendieron cuando aterrizamos en Panamá. Estas mujeres saben querer y por eso hasta los más mínimos detalles son importantes para ellas.
En fin, al llegar al hotel estaban allí Yuya y Lilia revoloteando con sus varitas mágicas. Me entregaron un bolso gigante con la ropa y todo lo necesario para el casamiento que tendría lugar esa noche en Casaya. Yo, en calidad de wedding planner partí temprano con Felipe a Casaya. En Saboga quedaba todo el grupo misionero, pues esa tarde eran las primeras Comuniones. A Vale le tocaba una misión bien desafiante, registrar toda la información, asegurarse que estén bautizados antes de tomar la primera Comunión y terminar de preparar espiritualmente a todos. No le faltaron obstáculos; desde una chiquita que quería comulgar sin estar bautizada; los que llegaban sin el uniforme (habíamos quedado que tomarían la primera comunión con el uniforme del colegio) y había que mandar de vuelta a su casa para que se vistan; los que no aparecían luego de varios días de preparación; hasta encontrar a los padres de la niña en cuestión, conseguir su consentimiento y contener a la niña que lloraba a mares. Pero Vale y Leonor tienen una fuerza increíble y manejan esas situaciones con maestría e inmensa caridad.
Yo, mientras tanto, partía rumbo a Casaya con Felipe munida de un inmenso bolso azul al que nada le faltaba. Conseguimos un lanchero (panguero se dice acá) y salimos a toda velocidad hacia Casaya. Fuimos en silencio, gozando de ese paisaje que lo deja a uno embobado: el mar inmenso y claro, las islas aquí y allá y alguna casita que se asoma graciosa en medio de la frondosa vegetación. Venía bien una pausa en medio de tanta actividad exterior y tanta emoción interior, fuimos en silencio, sobraban las palabras. Los dos estábamos felices de estar ahí y yo agradecida de vivir todo esto con Felipe.
Desembarcamos en Casaya y fuimos raudos a la casita de los novios. ¡Que pobreza! Allí estaba Graciela revolviendo una cacerola grande de arroz con unos poquitos trozos de carne. Yo, cual Pandora, abrí mi bolso mágico, le dí un tul y un chal a la novia y un traje al novio. Graciela no daba crédito a sus ojos y yo me sentía un hada madrina irrumpiendo en la casa de Cenicienta.
Pero en la misión el tiempo siempre apremia así que había que organizar rápidamente la ambientación del lugar donde tendría lugar el casamiento. La idea original era la playa, pero la marea estaba alta y tardaría unas horas en bajar. Felipe me señaló otro lugar conocido en la isla como "el rancho". Yo dudé un poco pero Felipe estaba muy seguro, lo cual me ayudó mucho. Era un especie de quincho redondo con un simpático techo de paja enmarcado por dos caras; por un lado, una vista magnífica hacia el mar donde sin duda tenía que ir el altar; y, por el otro lado, las pobres casuchas de Casaya. No estaba mal, era un reflejo visible de lo que sucedería espiritualmente en unas horas: nosotros, pobres pecadores estaríamos frente a frente a un Dios magnífico, omnipotente y creador de toda belleza.
Se formó un team perfecto: Felipe, Julio (el novio), Alberto (viejito con alguna discapacidad) y Ashley (una joven fortachona). Felipe dijo que había que sacar las hamacas paraguayas y enmarcar el lugar del altar como se hace en San Benito para Semana Santa. Yo, que no me acordaba de eso, agradecí internamente a mis amigas de Sedes por su buen gusto para ambientar nuestra querida capilla. Pensaba en ellas y en Martita, mi hermana mientras cortaba hojas y flores del lugar. Todos nos pusimos manos a la obra; algunos pueblerinos venían a chusmear y quedaban mudos mirando la gradual transformación del lugar. Al cabo de unas horas el lugar quedó listo para la boda. Julio estaba contento y asombrado de que se pudiese embellecer tanto con cosas de su isla.
Julio se fue a bañar y vestir mientras el resto del equipo ultimaba detalles. Más tarde fui a la casa de los novios, Graciela estaba sentada en su cocinita dejándose peinar por una vecina; se la veía preciosa y radiante. Yo asesoré un poco al novio y le puse la corbata; me preguntó si podía ir con su sombrero, le dije que por supuesto que sí, que quedaría muy bien, "sí, es oscurito" me dijo. ¡Cómo no quererlo instantáneamente!
Llegaron el padre, Leonor, Valeria y los chicos con la lengua afuera pero felices. Todos estábamos sin conexión, así que pedí un celular prestado a un lugareño y encargé a José y Felipe que armen una playlist para la ceremonia. ¡Era imprescindible para que todo sea lo más lindo posible! El padre, manija total, quería que armen otra para el bailongo, pero no había tiempo, había que preparar el altar y empezar la ceremonia en un horario lógico. ¡Que maravilla tener monaguillos que conocen su oficio en una misión!
Arreglé las pautas de entrada con los novios, improvisamos un pequeño cortejo de niños, se musicalizó el ambiente con "la entrada de la reina de Saba" de Haendel y Graciela y Julio (que no esperaban más que una bendición del sacerdote) surgieron tomados de la mano de sus pobres casitas y se dirigieron hacia un nuevo espacio que había sido transformado por la belleza. Estaban espléndidos y felices de consagrar su unión a Dios. Fue todo perfecto. Al terminar la ceremonia nos sacamos una foto y Julio agradeció al padre diciendo "ustedes me cambiaron la vida".
La alegría de la fiesta no se hizo esperar, la novia trajo su arroz y una ensalada de papas, los misioneros habíamos llevado dulces y tortitas aportadas por nuestras propias hadas madrinas que comimos de postre. Cuando terminamos la comida tenía que empezar el bailongo, pedimos música, buscamos a Julio que andaba llevando platitos de comida para compartir con los más tímidos del pueblo que no se habían animado a acercarse a la fiesta. Hicimos trencito y lo metimos en el centro de la pista con la novia. Leonor, con sus setenta y cinco años se zarandeó como una quinceañera (en ningún momento de la misión se notó su edad, esa mujer tiene un espíritu y una vitalidad maravillosas que explican también las pilas sin fin del padre).
Antes de que se termine el hechizo se fue cada uno a su casa. Los misioneros fuimos a la misma casa y las mismas camas que habíamos usado hacía dos noches atrás con los corazones cargados de nuevas experiencias y alegrías que no olvidaremos nunca más en nuestras vidas.
A.M.D.G
Domingo 11 de Septiembre
Último día de misión
Comenzamos un nuevo día que prometía ser tan intenso como los otros. El cronograma exigía ir a Saboga donde nos esperaba el Bautismo y primera Comunión de la niña que comenté ayer, la misa dominical, la bendición del cuartel, la implantación de las cruces en diferentes islas y tomar el ferry para ir a la ciudad de Panamá.
Subimos a la lanchita que nos dejó en pocos minutos en Saboga. El día estaba pesado; cuando llegamos a Saboga cargué con el "mágico bolso azul'' al cual se le había roto el hechizo y ya no era más que una pesada carga. La subida hasta la iglesia, el peso del bolso y el calor sofocante me dejaron fuera de combate. Cuando llegué a la iglesia tiré mis cosas en el salón parroquial y me senté cual vaca en verano buscando la sombra en el interior de la iglesia. Tenía la presión bajísima y el gatorade no logró ponerme en órbita. Yo cabeceaba mientras Vale, Leonor y las haditas mágicas revoloteaban a mi alrededor ocupándose de todo; el padre y los monaguillos avanzaban con la ceremonia de Bautismo y la misa; y yo, mientras tanto, oscilaba entre el sueño y la vigilia, cada tanto venía algún niño a pedirme algo, un librito, un rosario, un no sé qué.
Terminó la misa mucho más tarde de lo estipulado, los horarios jamás se cumplieron durante la misión. Saboga no es Suiza. Saboga, lamentablemente, no es más que una villa narco donde la violencia a cuchillo, la violencia armada y la violencia a manos limpias es el lenguaje de todos los días. Pero, para sorpresa de los gendarmes la violencia había tenido a bien tomarse unos días de descanso mientras duraba la misión. No así las borracheras y otros vicios que padecen estas pobres gentes de vida infrahumana.
Nos tuvimos que despedir de Saboga dejando muchas intenciones sin concretar: la implantación de las cruces, la procesión de Corpus Christi y otras más. Nos fuimos de Saboga con alegrías y penas.
Cuando subimos al Ferry estaba el otro grupo de misioneros con quienes habíamos estado totalmente incomunicados. El padre Enmanuel Ansaldi, Tomas Marini, un seminarista que viene de África y un joven, especialista en apologética que no recuerdo de dónde es. ¡El encuentro fue una fiesta! Nos sentamos en torno a una mesa grande a compartir experiencias, el gozo de todos por la misión cumplida (nunca mejor dicho) era palpable y evidente. Otra vez gozamos de la vista cercana de una ballena con su ballenato que nos saludó simpática y largamente con su aleta. Yo, en mi interior, le aseguré que esa no sería la última vez que nos veríamos, y que la próxima, estaría junto a toda mi familia.
Nos alojamos en una casa de retiros que Nadi y Gustavo habían gestionado para nosotros. Nadi estuvo meses trabajando tras bambalinas para hacer posible esta misión y su trabajo no fue fácil. Como ellos no se dejan ganar en generosidad nos recibieron con la heladera exageradamente repleta de exquisiteces. Estábamos todos agotados pero la charla siguió animada hasta que nos fuimos al sobre.
A la mañana siguiente había que despedirse de los amigos y de la misión. Con Leonor nos dimos un gran abrazo y todas las emociones vividas se asomaron por mis ojos, pero era importante no perder el avión así que subimos al auto sin darle largas a la despedida. ¡Cuanto para agradecer, cuanto para reflexionar! Nos vamos de Panamá con nuevos amigos, sabiendo que algunas cosas ya no serán como antes y con la promesa hecha a una ballena de que algún día volvería con toda mi familia.